DEL ELOGIO DE IDRIS II DE MÁLAGA


Ya lució para mí el primer claror del alba. Dame a beber, antes que el almuédano entone su “Alá es grande”.

Al mezclar el vino con el agua, se esparcen sobre su frente burbujas como perlas, que primero flotan y luego se tornan como los anillos que se suspenden en las narices del camello.

Agrada beber de donceles nobles y generosos, que cambian entre sí arrayanes de galantería.

Además, beben otro vino en la mejilla del copero, bello como una gacela; mejilla donde florecen la rosa y el jazmín.

Es prodigioso contemplar el azabache de su pelo sobre el marfil de su frente.

La rama de su talle se curva sobre el montón de arena de su cadera, y la noche de sus cabellos surge sobre la clara aurora de su rostro.

Las alas del aire han sido humedecidas por el agua de rosas del alba para los que madrugan a beber.

El rocío gotea en el narciso, como lágrimas que resbalan en los párpados.

Las Pléyades se apagan en su horizonte, como un ramo de jazmín en flor.

El ala de la tiniebla se aleja de la aurora como un cuervo que vuela, descubriendo los blancos huevos ocultos.

Y todos los ojos se a partan, ofuscados al salir el sol.

El sol, que es el rostro de Idris, hijo de Yahya, hijo de Alí, hijo de Hammud, príncipe de los creyentes.

BEN MUQANA (SigloXI)