
Este malagueñísimo vendedor, adquirió indiscutiblemente personalidad por su peculiar vestimenta, su garbo en el andar, rítmico como de carrerillas, su figura tan marinera llena de plasticidad y su pregón sin par. El cenachero era así llamado porque de sus codos colgaban sendos cenachos hechos con pleita de esparto y que quedaban pendientes, faltándoles para llegar al suelo como dos palmos; su andar requería estudiada manera de hacerlo, imprimiéndole cierto contoneo para que los cenachos se balancearan con ajustada sincronía y no le estorbasen al caminar. Su mercancía era el pescado sacado del mar, varias especies de peces criados en nuestro bello litoral y que eran muy apetecidos por su sabroso y exquisito sabor, entre otros los exquisitos boquerones y chanquetes.
A sabiendas de cómo era esperada su llegada con su rica y tentadora mercancía por las presuntas compradoras y se anunciaba al tiempo que caminaba airoso cantando sus pregones:
“ ¡chanquetes apuraos! ¡sardinas pasala!”, queriendo decir sardinas para asarlas.
La indumentaria de esos vendedores era muy particular y sugestiva, vestían camisa blanca, sin abotonar, dejando al descubierto el pecho velludo y tostado por el sol, las mangas remangadas hasta el codo, chaleco y pantalón en color oscuro de lana o patén, el chaleco casi siempre desabrochado, el pantalón con los perniles subidos y arrollados a la mitad de la pantorrilla descubriendo su musculatura y los pies descalzas, endurecidos del caminar por el duro suelo; aunque no todos iban descalzos pues los había que calzaban marineras alpargatas de cáñamo y cintas; ciñendo el pantalón a la cintura llevaban liadas con varias vueltas la clásica faja de lana de color azul, negra o encarnada, según el gusto de cada cual y entre las vueltas y pliegues de la faja un bolsillo donde guardaban el importe de la venta. Completaban tan garbosa y arrogante figura cubriendo su cabeza con negro sombrero redondo, dando con ello cierta majestad al conjunto de su típico atuendo.