CIUDAD DEL GOZO

Málaga era nuestra ciudad del gozo. Los que nos precedieron habían elegido bien su asiento: las vertientes costeras de una sierra llenas de vides, de almendros, higueras y olivos, y una llanura fértil, resguardada por ella, al borde mismo de la mar. Sus dos alcázares, muy anteriores a nosotros, se alzaban dominando el caserío, confiados y señeros; se comunicaban entre sí por pasadizos subterráneos, y ostentaban su faro y sus banderas ante las admiradas manirerías. La importancia de su comercio y la firmeza de sus baluartes la habían convertido en un ciudad orgullosa y despreocupada, entre la hoya que riega el Guadalhorce y la montuosa Ajarquía. Durante aquel caluroso verano, yo la recordaba azul y blanca como la vi en mi adolescencia, prolongada en sus dos arrabales, ceñida por un cinturón de huertos y vergeles, bajo un cielo transparente y templado. Recordaba los torreones rampantes que salvaguardaban el barrio de los Genoveses, sus murallas anchas, su coracha, las espigadas torres de las atarazanas cuyos pies lamen las olas, sus barrios trepadores y pacíficos, sus colinas suaves y su vega cuajada de naranjos, su invariable primavera, la deleitosa vidad de sus gentes ... Ella sola es un reino: ¿cómo no iva a provocar la avidez? A lo largo de su historia siempre sucedió así.

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Fragmento de " El Manuscrito Carmesí"