MÁLAGA EN LLAMAS


... Finalmente, como era de esperar, llegó el momento decisivo. Una mañana, justo al amanecer, se cernía un ataque aéreo sobre Málaga y Gerald, Enrique y yo lo observábamos desde el balcón. Resultaba emocionante a esa distancia: el estallido de las bombas, el fuego de las armas antiaéreas, el repiqueo de las ametralladoras, los disparos de pistola y las avionetas del aeródromo cercano despegando demasiado tarde.
De repente, tras el estallido de una de las bombas surgió una tremenda llamarada cerca del mar. Inmensas lenguas de fuego y un denso humo negro empezaron a brotar de un incendio escalofriante; le habían dado a un gran depósito de aceite industrial.
Nos quedamos horrorizados, pues habíamos pasado a menudo en tren por ese lugar y sabíamos que las reservas de aceite industrial y petróleo estaban concentradas en cantidad enormes, al ser Málaga un puerto bastante importante, en ese lugar junto al mar, en torno al cual se levantaba uno de los barrios pobres de la ciudad. Nos daba pánico pensar lo que podía ocurrirle a ese pobre barrio si, como parecía probable, empezaban a explotar los grandes depósitos de petróleo.
- Subamos al tejado, quizá veamos mejor desde allí
-dijo Gerald consternado.
Subimos al tejado, donde ya estaban Don Carlos y los chicos. Don Carlos bailaba de emoción y placer por aquel éxito de los nacionales. Incluso entonces me pareció perfectamente natural que estuviera contento, pero su alegría chocaba poderosamente con nuestra preocupación por aquellos desdichados de los suburbios de Málaga.
Y resultó que, desde la calle, la gente había visto en nuestra casa a don Carlos, a quien se le suponía en Málaga, deleitándose con el bombardeo, lo cual nos ponía en un terrible compromiso y dificultaba enormemente su protección. Gerald estaba lívido de exasperación, y se pordujo una dolorosa escena cuando le explicó con severidad el perjuicio que había causado.
- Tengo que ir a averiguar lo que está pasando
- dijo tan pronto se hubo calmado después de tomarse un café.
Así que bajamos a la plaza del pueblo, pero nos encontramos, como era de espera , con que todos los trenes y autobuses habían recibido la orden de no salir, pues tanto la carretera como la línea férrea pasaban cerca del fuego. En consecuencia, Gerald tomó prestada una bicicleta y se marchó. Durante todo ese tiempo, el humo negro y las rojas llamas se alzaban incesantemente como un surtidor infernal. De hecho, el fuego ardió sin tregua durante dos días y, por la noche, Málaga y las montañas de detrás parecían teñidas de escarlata. Esa tarde, la BBC nos informó de que "los más probable es que Málaga haya quedado completamente destruida". Las llamas podían verse desde kilómetros mar adentro.
Lo realmente extraordinario es que se consiguiera impedir la extensión de aquel pavoroso incendio. Todos los hombres capaces de Málaga se pusieron a apilar arena mojada del mar en grandes cantidades sobre los contenedores subterráneos de petróleo. Algunos de los tanques de aceite industrial que estaban en la superficie fueron trasladados al mar y, de este modo, el valor y el empuje de los malagueños consiguieron salvar a su ciudad de un espantoso desastre.
Horas después, Gerald estaba de vuelta en un penoso estado de nerviosismo y terror. Ya antes de irse le había llegado la noticia de que una de las bombas había conseguido recoger su cosecha de víctimas. A las afueras de Málaga había un campamento gitano que nos gustaba ver cuando pasábamos: los niños jugando en el secarral , las mulas comiendo la áspera paja del suelo y las mujeres amamantando a sus bebés o removiendo negros pucheros que pendían sobre pequeñas hogueras. Esa mañana, una enorme bomba cayó enmedio del campamento justo cuando se habían reunido todos para desayunar...

Fragmento de "Málaga en LLamas" de Gamel Woolsey